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Los toreros buenos, como los artistas, lo son las 24 horas. Sienten su profesión desde que sale el sol, hasta la noche. Un torero de esta clase, no sólo es torero en la arena de una plaza de toros, abarrotada de público, sino también en plena naturaleza -la mejor maestra de la verdad, según decía San Agustín-, en la tranquilidad del campo bravo. Curro Díaz, el fino torero de Linares, escudriña con atención cada detalle que se está produciendo en la placita de tientas de una finca cualquiera, reclinado sobre la contera de un burladero. Ese es el mejor laboratorio que un torero puede tener, para imaginar y fantasear aquello que se hará realidad en el ruedo, frente al toro. Obra inspirada en fotografía original de Ambitoros
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