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Desde la cima de la montaña, el horizonte se despliega como un lienzo vibrante, donde el sol dorado acaricia las copas de las palmeras, que se alzan como elegantes danzarinas en un baile eterno con la brisa. A lo lejos, el sol comienza su descenso, tiñendo el paisaje con tonos cálidos de naranja y rosa, como si la naturaleza misma estuviera pintando su despedida. Cada campo es un poema, cada sombra un secreto, y desde esta altura, el mundo se siente vasto y lleno de posibilidades, un recordatorio de la belleza que reside en la simplicidad de la vida.
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