La imagen captura la esencia de un atardecer en la ciudad, donde el cielo se colorea con tonos ardientes que van del rojo al naranja, creando una atmósfera vibrante y emotiva. Los rascacielos se recortan sobre este lienzo celestial, contrastando sus siluetas oscuras y majestuosas con la luminosidad del fondo. Las pinceladas visibles en la obra aportan una textura palpable, añadiendo una dimensión táctil que invita a la contemplación. El edificio central, posiblemente inspirado en un icono real, se eleva con autoridad, dominando la composición y guiando la mirada hacia el espectacular cielo. En conjunto, la pintura es un homenaje a la belleza efímera de los momentos en los que la naturaleza y la creación humana se encuentran en perfecta armonía.
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