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En esta obra, la soledad se desliza como un barco frágil en un mar de geometrías rígidas y sombras implacables. El rojo, encarnación del alma indomable, resplandece en un horizonte frío y distante, desafiando la quietud de una ciudad que nunca habla pero siempre observa. Es el diálogo eterno entre la vastedad del vacío y la intensidad de un solo grito de color.
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