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Camino de Paraná a Victoria, se presentaron ante mi vista los paisajes más bellos, junto con los del mar y las montañas: los campos ondulados y sembrados de la provincia de Entre Ríos. Fue fascinante reproducir, quizás no la forma visual exacta, sino algo de esa sensación vivida.
A los quince años descubrí mis tres apasionadas tendencias: escribí mi primer ensayo filosófico, redacté mi primer poesía y pinté mi primer cuadro. Al ver cómo las mezclas de témpera se iban derramando sobre la hoja Canson, me quedé maravillado. No era cosa de copiar el aspecto de lo que veía, sino de crear una especie de drama, una imagen donde poder mirarse a sí mismo, un lugar simbólico de nuestras pasiones o de nuestros relaxes. Parecía que todo podía estar contenido en una imagen, todas las pulsiones existenciales y todas las calmas trescendentes. De allí en más, sólo fue seguir un impulso, estudiar, conocer artistas y obras y sobre todo pintar, pintar y pintar.
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