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No puede ser más apropiado el cognomento de «El Pueblo de los Bellos Atardeceres», para este barrio de Benidorm. No hay un anochecer igual al otro. Los contemplo cada día del mes de septiembre, año tras año, y nunca me canso de admirarlos. Ya sea con el cielo despejado, o con nubes, su belleza es única y cambiante a cada instante. Esta vista desde mi terraza de la Playa de Poniente, alcanza a ver el final de la misma, su malecón del puerto, la pequeña cala de Mal Pas que lo separa de la Punta Canfali, con el mirador que se conoce como el Castillo, que oculta, tras de sí, la larga y populosa Playa de Levante, cuyo término es el Rincón de Loix, en el que puede adivinarse, en lo alto, el brillo de una enorme cruz. La mayor cantidad de rascacielos por metro cuadrado se encuentra también aquí, en esta zona norte de la ciudad de Benidorm, configurando esa imagen tan singular como de un pequeño Manhattan en el Mediterráneo. Y, muriendo en el mar, en la falda de la Sierra Helada, se pueden ver la Punta de la Escaleta y la Punta de Pinet, que semejan, desde esta perspectiva, un enorme dragón dormido ribeteado de plata por la primera luz de luna.
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