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La primavera, estación de las flores, también lo es de los insectos, que inundan, con sus zumbidos, los prados y matorrales de la dehesa. La escogida por nuestro abejorro del cuadro, para robar su néctar, es la amapola silvestre, que tiñe de rojo, cada mes de mayo, los campos castellano, portugués, extremeño y andaluz, ofreciendo un auténtico festín para la paleta de un pintor. Ese exaltado color escarlata lo combina con su conocido efecto sedante. No es casualidad que la pequeña Dorothy de El Mago de Oz se durmiera en un campo de amapolas. Hay mucha magia y misterio en su destellante color y en su fragilidad. A veces, tan sólo es una diminuta mancha roja perdida entre el verdor, tan solitaria como dice la canción; tan solitaria como la flor de nuestro cuadro. Obra inspirada en fotografía original de la que desconozco el autor
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