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No fue buena aquella tarde; no ofrecieron buen juego los de Zahariche, ni triunfaron los toreros; pero, a pesar de ello, siempre quedan fucilazos, en la retina, de inigualable belleza; como el instante que he querido perpetuar en este cuadro: el momento en el que el toro, recién salido de la obscuridad del chiquero, escudriña, atento, todo lo que ve, huele y escucha. Tras su salida por el portón de toriles, como un torbellino, se sucede, en muchos casos, el frenazo. Entonces, levanta la cara, abre las orejas, y se apercibe para la batalla, ante el nuevo y desconocido entorno.
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