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Desde tiempos inmemoriales, nuestras raíces se entrelazan con los árboles, nuestros ancestros. Como las semillas que crecen hacia la luz, evolucionamos desde la quietud arbórea hacia la vitalidad humana. Nuestros cuerpos, templos de vida, reflejan la conexión eterna entre el mundo terrenal y divino.
En cada gesto y suspiro, celebramos nuestra herencia, recordando siempre que somos parte de la maravillosa naturaleza que nos rodea.
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