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Todo el que se acerque a una plaza de toros y presencie una corrida ha de tener presente que todo lo que discurra por delante de sus ojos está cargado de verdad, sin trampa ni cartón, y que lo que está en juego es la vida misma. Sin este convencimiento, será muy difícil comprender y entender la grandeza e importancia que encierra la Fiesta. Ya lo dijo, en pleno siglo XIX, el actor Julián Romea: «En los toros se muere de verdad y no de mentirijillas, como en el teatro»; en el siglo pasado, en la misma línea, el gran Orson Welles afirmaba que «un torero es un actor al que le pasan cosas de verdad». La verdad que está entre esas dos puntas blancas del lienzo. Obra inspirada en fotografía original de Víctor Luengo
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