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El hombre ha perseguido el sueño de hallar la “Piedra Filosofal”, que no es otra cosa que una sustancia, capaz de propiciar la transmutación de un metal impuro y sin valor, a un metal noble y puro. Esa sustancia legendaria que se dice, es capaz de convertir el plomo en oro.
Si partimos de aquel lugar que ocupábamos antes de ocupar un cuerpo, donde no hay miedos ni limitaciones, solo la naturaleza pura, con el tiempo el desarrollo de una cultura familiar y social nos va llevando a la “dualidad”, creando cada uno, una realidad de conceptos inventados que limitan nuestro pensamiento y de este modo, vamos degradando nuestra naturaleza en una sustancia con impurezas, que nos lleva al conflicto y al sufrimiento, estados que experimentamos como nuestra realidad percibida.
Sin embargo, lo anterior no es algo negativo, al contrario, se debe considerar como un proceso alquímico. Al vivir tenemos la oportunidad de descubrir lo que realmente somos y el objeto de nuestra existencia, que no es otra cosa que la recompensa final, ya que en realidad como los absolutos oro o plomo no existen, tomamos solo las polaridades: Negativo y Positivo, entre las que nos iremos moviendo a lo largo de nuestra existencia llamada vida.
El proceso alquímico da paso al oro interior transformador, de la etapa en la que el ego se adueña del protagonismo. Ninguna transformación es posible sin sacar a la luz, lo guardado en la oscuridad. Como si de una destilación se tratara, vamos sacando lo que nos limita, para deshacernos de lo superficial y concentrarnos en lo esencial. La ALQUIMIA DEL ALMA, nos muestra simbólicamente el camino que invita al ser humano a regresar a su auténtica naturaleza, libre de juicios y sabiendo gestionar la angustia sin buscar una causa o hacerse preguntas, entendiendo que todo lo que sucede es perfecto, porque no podría ser de otra manera… La “Conciencia de unidad”.
En la obra que nos ocupa, su creadora inicia un recorrido de escasas piezas, para representar de esta manera nuestra “naturaleza pura”, piezas que van aumentando a medida que avanza la pintura, hasta un punto central de gran aglomeración simbolizando “la dualidad”, para luego ir nuevamente transformarse en algo suave y cada vez más liviano, que compara con la “conciencia de unidad”.
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