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Un árbol milenario se alza soberano,
bañado por rayos de sol que lo coronan,
sus hojas abundantes susurran al viento,
raíces grandes y fuertes, un abrazo al cimiento.
A su lado, una piedra gigante reposa,
musgo de tonos verdes y ocres la embriaga,
testigo silente de siglos que pasan,
en su quietud, la vida se abraza.
Bajo un cielo dorado, la eternidad danza.
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