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En una costa donde el mar turquesa respira con el ritmo de un corazón antiguo, existe una terraza de piedra suspendida entre el cielo y las olas. Allí, donde el sol de la tarde derrama una luz melancólica, sillones de mimbre aguardan, vestidos con sueños multicolores.
Un Naranjo centenaro de hojas esmeralda como un guardián silencioso se recorta contra un muro de historia, es un espíritu antiguo, con sus ramas retorcidas cual pensamientos indómitos, el verdadero corazón del lugar, un eco del pincel inquieto de un soñador de colores.
Contra la piedra erosionada, la lavanda desborda con cascadas púrpura que elevan susurros de belleza salvaje. Su fragancia embriaga la brisa, tejiendo un hechizo en el aire crepuscular.
Un felino de pelaje blanco y negro, como una criatura tejida con la noche y la luz, transita vigilante, sus pasos silenciosos trazan un destino incierto. Este jardín suspendido, bañado en la luz crepuscular y la energía vibrante de un sueño palpable, es un lugar donde la naturaleza y la fantasía se entrelazan con la audacia de un pincel inmortal, un cuento contado en texturas y colores para aquellos que aún saben escuchar el lenguaje secreto de la tierra y el mar.
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