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En el paraje donde la respiración salina del planeta esculpe la piedra caliza con la paciencia de los eones, emerge una entidad arbórea colosal, su tronco retorcido por el tiempo como un filamento genético ancestral. Sus ramas, vestidas de un verdor esmeralda que desafía los vientos, danzan bajo la mirada arremolinada de cúmulos blancos y azules profundos, cuya luz difusa baña la escena con una potencia etérea.
De las grietas de la roca madre brota una eclosión floral incomprensible: orquídeas carmesí de seda delicada, narcisos de un amarillo solar que irradia energía, e iris púrpura aterciopelados, meciéndose al unísono con la brisa marina. Sus pétalos se despliegan como membranas sensitivas, capturando las vibraciones del entorno.
Las raíces vastas del árbol, como apéndices de una criatura primigenia, se aferran a la formación rocosa, anclando la escena en una sensación de equilibrio y permanencia. La atmósfera general palpita con una belleza natural sobrecogedora, capturada con la espontaneidad de un registro documental, revelando la fuerza bruta del océano y la serenidad intrínseca de la flora. Una sinfonía visual de detalles hiperrealistas y colores exaltados, un instante de la danza cósmica entre la roca, el árbol, la flor y el aliento acuoso del planeta.
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