Reconozco que el toro se me puso farruco. Traerlo desde el alcornocal al campo abierto le hizo crecer y cualquiera le tosía. Quería cubrir a todas las vacas, se encastilló en lo alto de una piedra y hasta quería bajar a la plaza de toros a ajustarle las cuentas a cuatro toreros. Allí lo dejé y que se las apañe.
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