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Autoinflingida, la fuerza del descubrimiento rompe toda convicción anterior y refuerza toda dposibilidad de desconocimiento y reconocimiento de lo ajeno. De cada orificio del cosmos brota la noción de existencia y de la mezcla de estas convicciones parciales resulta la violenta costumbre de cruzar una lanza entre el pecho y la espalda para descubrir la materia que compone los cuerpos.
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