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Óleo sobre papel. 24x32cm.
La naturaleza parecía estar muerta, arrancada de su raíz.
La gracia del amarillo, el misterio del violeta y la suavidad del verde le dieron su consistencia.
El rojo vital se asomó tímidamente. El naranja desplegó apenas su exuberancia. El marrón se encargó de limitar la estructura.
La luz asomó por detrás de las formas. Sólo quedaba una pizca del sagrado blanco para insuflarle la vida.
Eran los tiempos de construirlo todo para volver a desarmarlo. Eran los cimientos del comienzo del fin.
El color-esencia tomaría la primacía que tan burdamente le había sido negada y la forma-vehículo quedaría subordinada a sus designios divinos.
Entonces, el mundo conocido estallaría desde las bases, para revelar los secretos de la materia.
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