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Un dramaturgo escribió una obra cuyo título viene bien aquí. La juventud, alada y azúl -no siempre tan dulce- de nuestra octogenaria musa quedó recogida en una cartulina. Como si fuera una mariposa disecada, pinchada en un corcho. Y así, queda constancia.
Muchas veces pensamos si todo va siendo un sueño. Nos sorprendemos por el milagro de haber sido en todo momento una y la misma persona.
Mas, a menudo, hay quien apenas puede releer las páginas de su propia novela. Hay quien ya no puede reponer páginas perdidas. Que no puede anudar el cabo suelto del hilo de la memoria, que una y otra vez se rompe, ora aquí ora allá.
Quizás sea que están ausentes, elaborando un capullo del que ya son crisálidas. Para cuando el tiempo no exista más, nacer otra vez, mariposas de luz, para la Eternidad.
Llevo impresa la luz fría de una mañana de marzo en la alta tierra castellana. He aquí una manera adecuada para un artista de decir que nací en un pueblo soriano, hace ya, ¡ uy, bastantes años !
Sin embargo, es poco lo que permanecí allí y los avatares de la vida me han depositado en Madrid, de donde también soy y ya para siempre.
No tengo formación especial, o mejor dicho, académicamente seguida. Unas temporadas con un pintor madrileño, un paso por la Escuela de dibujo ...
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