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Octavio muestra la cabeza de Bruto, uno de los asesinos de Julio César.
Cicerón entretanto huía (algo habitual en él), buscando refugio en alguna parte. No es que Octavio lo quisiera muerto, pero sí había ordenado detenerle.
Ansioso por complacer al nuevo líder, alguien le echó el alto cuando aquél corría camino de alguna de su villas, en el sur. Lo mataron allí mismo, junto al camino por el que huía. Y una vez muerto, le cortaron la cabeza y las manos y las enviaron a Roma.
Luego su cabeza (la mejor cabeza de la república romana) y sus manos acabaron ensartadas en lo alto de sendas pértigas para que todos pudieran verlas, en la tribuna de los Rostra. Aquella tribuna que había sido el escenario de muchos de sus momentos estelares.
Se dice que Fulvia, la esposa por aquellos días de Marco Antonio y que odiaba a Cicerón, le atravesó la lengua con una aguja, antes de ser clavada la cabeza en la pica.
Así, aquella cabeza quedó en lo alto, de manera que todo el mundo podía verla claramente. Habría que decir que verdaderamente la pusieron al nivel que le correspondía, es decir, muy por encima de los romanos de su época.
Llevo impresa la luz fría de una mañana de marzo en la alta tierra castellana. He aquí una manera adecuada para un artista de decir que nací en un pueblo soriano, hace ya, ¡ uy, bastantes años !
Sin embargo, es poco lo que permanecí allí y los avatares de la vida me han depositado en Madrid, de donde también soy y ya para siempre.
No tengo formación especial, o mejor dicho, académicamente seguida. Unas temporadas con un pintor madrileño, un paso por la Escuela de dibujo ...
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