¡Mecagüenlá!. Que no es cachondeo, una ventisca de ochenta kilómetros por hora azotaba el lugar tirando toitos los madroños del árbol de enfrente. ¿Cómo se llama? me dice mi cuñao mientras me hace lastre con su cuerpo serrano pa que no me lleve el susodicho. Haciendo el amor, le contesto a voces. ¡Ah! me contesta y se la guarda pal seno pa que la lluvia que empezaba no le estropeara la escultura. Menos mal que la inauguración la celebramos por to lo alto con jamón a tutiplén y unas barrinas de pan. Hay que ver lo que dan de si unos cachinos de corcho.
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