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En 1973 el mundo sufrió la pérdida de tres grandes creadores. En Francia, en su casa de Notre-Dame-de-Vie, Pablo Picasso dejó escapar su pincel hacia la bóveda celeste. Meses después, en Chile, Pablo Neruda decide escribir con tinta rojinegra la duda sobre su muerte. Y en octubre del mismo año, el violonchelo de Pablo Casals callaría su voz de llanto humano para siempre.
Si la humanidad de esos años, de...
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