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Barajas recrea en este impresionante grabado la ignorancia, superchería y brutalidad de la Inquisición española.
Una atmósfera densa y pastosa adelanta acontecimientos. El tribunal del Santo Oficio, supuesto paladín de la fe verdadera y acérrimo enemigo del Mal, se presenta con rasgos deformes que dejan traslucir la podredumbre del alma.
Desde la seguridad que presta el poder, los jueces se atreven a mirar directamente al espectador.
Y, ante ellos, el portavoz de la calumnia se arrastra. El tratamiento plástico alude su depravación con manos como garras y cuerpo enclenque.
Se opone a este mundo de profundos contrastes lumínicos en primer plano un resplandor rojizo que surge desde el fondo. Sobre una tarima se eleva la figura aislada de un reo que evidencia los efectos de la humillación pública. El pueblo llano se arremolina en su entorno. Puede más la pasión por el espectáculo que la piedad o el sentido común. Carentes de la menor formación intelectual y moral, los campesinos son pasto de la manipulación de la jerarquia eclesiástica.
Andrés Barajas es uno de los grandes maestros del grabado contemporáneo en España. Así lo demuestra, una vez más, con este grabado al aguafuerte lleno de luces y sombras que acentúan los dramáticos acontecimientos. Un ambiente sombrío en el que toques brillantes de blanco aportan al conjunto una luz fantasmal. Lo mismo puede decirse del resplandor rojizo. Todo aparece teñido con la sangre inocente aún por derramar.
Con “Inquisición III”, Andrés Barajas revalida su ya acreditado magisterio en la mejor tradición de Francisco de Goya. Expresionismo en la crítica social, sátira sin comedimiento que conectan con los Caprichos y las Pinturas Negras.
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