Si algo caracteriza a los humanos es la gran dosis de irracionalidad que persiste en nuestro, supuesto, cerebro racional. Basta con detenernos a meditar en nuestras actuaciones cotidianas, para percibir, claramente, la certidumbre del argumento. ¿Por qué tenemos hijos? ¿Por qué nos atamos sine die a una persona, con el claro convencimiento, racional, de que el tiempo, ese asesino implacable, acabará con casi todo lo que ahora nos emociona del otro? ¿Por qué vivimos de espaldas a nuestra...
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