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Su tremenda sensibilidad hace de “Port Blanc” una composición casi musical. Cada mancha, cada color, cada volumen se implica en una delicada sinfonía.
Viñes logra convertir la contemplación de esta obra en un momento íntimo, de profunda reflexión.
La sutileza del color, la aproximación espontánea a la naturaleza, la delicadeza visual traen ecos de las experiencias plásticas de Bonnard y Vuillard.
Es capaz de otorgar los más profundos sentimientos y sensaciones mediante la articulación racional de los objetos.
Una vez más las apariencias engañan. Toda la inmediatez e ingenuidad del cuadro se sustentan en un concienzudo proceso intelectual. Si Ginés Parra nos acerca a la realidad a través de la consistencia, Viñes nos envuelve en ella a través de la ligereza, de una armonía casi matemática que toca profundos resortes de nuestro yo más esencial.
Con etiqueta de la Sala Celini al dorso.
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