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El cuadro salió solo, y en una sesión. El dibujador no desestimó el deseo de la clienta. Pero no podía desentenderse del suyo propio. Pues, en algún momento, súbitamente pudo "ver lo que tenía que pintar".
Naturalmente había hecho falta algo más que una breve conversación telefónica para que uno contara con datos suficientes. Una idea no se alumbra de la nada, porque sí.
"De acuerdo, sera una abstracción, pero a mi modo" pensé en algún momento antes de comenzar.
Para empezar aquella mujer no estaba sola, lo que hacía cambiar radicalmente el color de la propia disposición. Era madre de una pequeña prole, aún tierna, que vivía con ella. Se había divorciado del que había sido su marido "y único hombre en su vida", según proclamó con aire grave y solemne. Él vivía una vida muy distinta, otra vida, que trataba de rehacer, en algún punto de la ciudad. Una mediana ciudad de provincias, donde no coincidir a menudo era imposible. Menos mal que se trataba de una ciudad marítima. El mar permitía siquiera perder la vista, y el pensamiento, en la lejanía. Se podía mirar delante de sí, sin temor a cruzar la vista con nadie.
Pero, volviendo a aquella mañana de sábado en que la abnegada mujer confesó al dibujador su lamentado estado civil, uno tiene que decir, que, sugestionable como es, al terminar aquella breve conversación ya la había dejado puesta en un pedestal. "¡Que mujer, que bandera !" debí pensar. A sus pies literalmente, vi la imagen de mí mismo, pero reducido a una condición, "inferior". A su lado uno no era más que un pobre macao, un monito libidinoso. Me veía, afanado junto al pedestal, intentando cumplir con el encargo, con los dedos pringados y la cara surcada de chorretones de color. Y todo por el mero premio de una mirada condescendiente o de algún cacahuete cazado al vuelo.
¡Quién, al lado de la virtud, uniéndose a la virtud, pudiera alzarse hasta ese nivel inexpugnable que da la conducta irreprochable! Estaba claro que el deseo de redención había encontrado un nuevo terreno abonado.
Así que, en comenzando, todo fue fácil. La mano, como ocurre a veces, no tenía más que seguir un camíno que parecía ya trazado. Todo fluía. Aquella misma tarde de una primavera inusualmente húmeda y calurosa la obra quedó terminada.
Desde el primer momento, el dibujador tuvo claro que la clave de la obra constiría en tratar de representar el misterio del Origen. Desde luego se trataría de un intento sintético, por el hecho mismo de que tratar de ofrecer una "reproducción" fiel del hecho era sencillamente imposible. Para ello, pues, no se podía hacer otra cosa que recurrir a una abstracción.Constatado esto, uno se sintió satisfecho porque atendía el deseo de la clienta.
Para mí la idea consistía en plasmar los balbuceos iniciales, que tanto servían para expresar el comienzo del Universo como el inicio de la existencia humana.
A estas alturas, uno, pobre diablo, ya se sabía cazado. Sabía que el subconsciente dictaba sus órdenes tan alto y tan cerca de las orejas que arriesgaba seriamente quedar al descubierto, en el territorio de la luz. La luz, esto es, la prosaica, insobornable consciencia. Sabía muy bien pues, qué es lo que estaba haciendo, casí diría que "maquinando". Iba creciendo en uno un terror respecto al fin que, en última instancia, ya había empezado a perseguir.
Uno se sorprendía acariciando la idea de ocupar el hueco, la tierra de nadie (de nadie??) que lindaba en aquel lecho con el cuerpo blanco y caliente de aquella mujer ... desconsolada.
Y por eso aquel cuadro se iba ejecutando en el calor húmedo de aquella tarde en pos de ese anhelo. Aunque, uno, no pudiera todavía admitirlo abiertamente.
En el cuadro todo empieza por una explosión, un estallido. Ahí está esa bola inicial incandescente. Una bola tan luminosa que, como al sol no puede ser contemplada de frente.
Aquella explosión que va expandiéndose, creando espacio donde no lo había, un espacio para la Vida. Un hueco de vida en medio de la Nada. De forma paralela, aquella luminiscencia surge de esa sacudida que pone en marcha la vida humana. Lo mismo que el Universo, en el seno de una completa oscuridad.
Y la Nada aulla de dolor y de rabia al ser empujada por algo que pretende sustituirla. Porque para que haya donde no hay, es inevitable la lucha, el combate.
Y lo mismo que el cuadro es una imagen muda, todo aquello ocurría en absoluto silencio. No por ausencia de fragor justamente, sino porque el sonido en la nueva inmensidad no puede oirse. Y por eso, la más encarnizada pugna se desarrolla de manera que nos puede parecer una plácida, elegante y silenciosa danza.
Llevo impresa la luz fría de una mañana de marzo en la alta tierra castellana. He aquí una manera adecuada para un artista de decir que nací en un pueblo soriano, hace ya, ¡ uy, bastantes años !
Sin embargo, es poco lo que permanecí allí y los avatares de la vida me han depositado en Madrid, de donde también soy y ya para siempre.
No tengo formación especial, o mejor dicho, académicamente seguida. Unas temporadas con un pintor madrileño, un paso por la Escuela de dibujo ...
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