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Creo que la primera lección que me enseñaron desde pequeña es “que debemos andar por la vida con los pies siempre puestos sobre la tierra”. Ahora que soy bastante mayor, echando una mirada retrospectiva, me doy cuenta de que no he hecho más que desafiar esta filosofía sensata de vivir. Tan sólo por experimentar la diferencia entre lo preferible y la sensación del riesgo, desde pequeña me he visto siempre saltando desde las ramas más altas de los árboles y desde muros y alturas desafiantes. Aun hoy, a mis cincuenta años, no puedo evitar lanzarme al espacio imprevisible que me devuelve la emoción única de volar, sin pensar en las consecuencias del aterrizaje, a veces estrepitoso, donde tampoco la sensación de caída empicada resta fuerza al valor y mis ganas. Y aunque sea por el intervalo de segundos, físicamente me convierto en ave en el espacio y me olvido de la tierra… ¡claro que sí! Con los pies nuevamente sobre el suelo, vuelvo a caminar como está mandado. Eso sí, las superlativas alas de mi imaginación no conocen límites dentro de mí, y siempre sueño y viajo a través de mis pensamientos para buscar un mundo mejor…
Mi profundo amor por la cultura helénica, me llevó a residir durante diez años en Grecia, pais que marcó definitivamente mi trayectoria.
Por un lado, defino mis pinturas como fruto de mi gusto por las cosas sencillas, por otro, me arrastra la necesidad de desentrañar lo que parecemos y lo que realmente somos y el mundo interno que nos mueve.
Tengo la obligada necesidad de abrirme camino una vez más en la difícil...
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