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De aquí no saldría, no, pensaba cada noche, solo en su retiro. Los ingleses eran unos carceleros férreos, despiadados. Estaban decididos a acabar con él de una vez. Para eso lo habían llevado a aquella isla de Santa Elena, perdida en medio del oceáno. Un lugar del que nunca antes había oido hablar.---¿Qué importaba que un puñado de fieles seguidores le acompañaran en aquel cruel destierro? A él, que sólo se sentía acompañado en medio de sus hombres, en las largas campañas que juntos habían llevado a cabo de un extremo al otro de Europa.---
¡Qué época aquella, tan reciente! -¿cuánto hacía de lo de Waterloo?- y sin embargo,¡qué lejos quedaba ahora aquello! Recluido en aquella pequeña isla verde y calurosa, ahora todo se le antojaba haber sido un esfuerzo inútil. ¡Tantos muertos, para al final acabar así!--- Ni siquiera podía estar seguro de sus acompañantes. Les Cases había recogido fielmente el dictado de sus memorias, pero ya no estaba en la isla. En cambio Montholon, que parecía no querer despegarse de él, le gustaba menos. Aunque se trajinase a su mujer entretanto, o quizás precisamente por eso. Montholon tenía que saberlo ¿no? ¿No estarían tramando él y su mujer algo contra él? ¿Pero qué ganarían con ello? ¿actuaban a instancias de los británicos? ¿tánto miedo le tenía el gobernador Hudson?--- Ahora no tenía nada. No tenía ni su título de Emperador, del que le habían despojado. Su hijo, Napoleoncito, al menos estaría a salvo entre los austriacos. Así quería pensarlo. ¿Tendría alguna oportunidad de regir los destinos de Francia algún día? "No sueñes más, no sueñes más, "tout est fini", solía decirse cuando llegaba a este punto. ¿Y qué sería de los otros, de Alexandre, por ejemplo? ¿Le hablaría la Walewska de su padre? ¿qué le diría de él? Nunca lo vería tampoco, ¡qué drama! Porque nunca saldría de aquella prisión remota, en medio del Atlántico. Y además sus carceleros tenían prisa en acabar con él. Tenía la sospecha de que lo estaban envenenando. Seguramente todos estaban al tanto de aquello , menos él. El propio médico trataba de engañarlo : "Lo suyo es de familia, Sire, su padre murió de una dolencia estomacal, como Ud bien sabe", le decía. Pero, seguro que le ocultaba la verdad.---Él procuraba no obstante mantenerse en forma. Aunque ya no le era posible cabalgar por la isla. El gobernador Hudson se diría que gozaba no permitiéndoselo. Sólo podía caminar, siempre bajo la vigilancia de los soldados, lo cual era un incordio. "¡En Rusia, con mis valientes, querría yo haber visto a estos holgazanes!"---Se hizo con un huerto, que cavaba al lado de casa. ¿Cabía ocupación más humilde para un Emperador?---Era muy difícil soportar el lento paso del tiempo. Y más con ese insomnio pertinaz que hacía sus noches interminables. Sólo cuando llegaba el amanecer, un poco "alegre" por el vino, se retiraba a sus habitaciones. Su último pensamiento era siempre para Josephine, la mujer a la que de verdad quiso. ¡Josephine, mentirosa, infiel, derrochadora ..., y sin embargo, o justamente por todo ello, "si desirable!"---.---Napoleón pasó casi 6 años en la isla de Santa Elena. Murió el 5 de mayo de 1821, a los 51 años de edad. Fue enterrado en la propia isla, donde sus restos permanecieron hasta 1840, en que fueron repatriados a instancias de Luis Felipe I. Desde entonces y hasta el día de hoy descansan en el Palacio Nacional de Los Inválidos, en París.
Llevo impresa la luz fría de una mañana de marzo en la alta tierra castellana. He aquí una manera adecuada para un artista de decir que nací en un pueblo soriano, hace ya, ¡ uy, bastantes años !
Sin embargo, es poco lo que permanecí allí y los avatares de la vida me han depositado en Madrid, de donde también soy y ya para siempre.
No tengo formación especial, o mejor dicho, académicamente seguida. Unas temporadas con un pintor madrileño, un paso por la Escuela de dibujo ...
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