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La minería fue una de las actividades centrales en la vida de las sociedades que ocuparon la Sierra Gorda. Esto puede apreciarse en la taza de las minas, el gran número de labores detectadas, la cantidad y el tamaño de los asentamientos formados alrededor de las áreas mineras y la monumentalidad de algunos centros reactores establecidos en el área.
La disponibilidad de recursos minerales que resultaban escasos y muy apreciados en otras áreas, tal como el cinabrio, el almagre (óxidos de hierro) y el azogue (mercurio nativo), dieron lugar a que muchos pueblos de la región hicieran de la minería su principal actividad económica, desarrollando técnicas propias de explotación de los yacimientos.
Sabemos que en la Sierra de la actividad minera era conocida y practicada desde el año quince de nuestra era, ya que se tienen referencias cronológicas precisas.
El desarrollo de la explotación minera supone una organización del trabajo sustentada en la especialización y en la existencia de jerarquías. Un grupo dominante dirigía y controlaba la explotación de los túneles, tiros y galerías, como cargadores para el acarreo del material tumbado, así como del material estéril o de retaque, o bien como encargados de la selección, lavado y trituración del mineral para su aprovechamiento.
Para los mineros prehispánicos la extracción de las piedras del subsuelo tenía un sentido mágico y religioso, puesto que implicaba penetrar en el mundo de los dioses que viven debajo de la tierra, en la obscuridad, en el frío, en la mitad inferior del mundo. Por ello la actividad minera se acompañaba de ritos propiciatorios y ceremonias dirigidas a las fuerzas del inframundo.
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