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Aquí delante, un dibujo rescatado de la serie sobre Narros. Como puede verse, siempre la misma sustancia : las piedras, el barro y la luz. Decir que nada de lo que se ve sigue hoy en pie, pues ninguna de esas casas existe ya. El barro volvió al suelo. Lo sustituye el cemento. Y las piedras, que también salieron del suelo, a él han vuelto, excepto las que el nuevo artífice decida aprovechar. Sólo la luz persiste. Y para el dibujador en particular sólo el recuerdo : el de ese corral donde le mordió una vez un perro. Le sangraba la nalga izquierda y estaba tan atenazado por el miedo que no era capaz de moverse. Sólo deseaba ser salvado.
Esa esquina de la casa en el extremo del pueblo ya no desbarata el Cierzo, haciéndolo virar hacia el callejón. La casa que partía ese viento hace tiempo que desapareció. Sólo resiste en la memoria de algunos, como digo : en la de aquel a quien le mordió un perro en el corral, en la de aquel que encontró un huevo sobre lo paja, en la del que apaleó una vez una culebra furtiva.
En el perro, el todavía-no-dibujador, conoció el dolor gratuito. Quiso imaginar que el perro sonreía cuando empezó a mostrar aquellos colmillos blancos. Pero, de algún modo -sintió-, aquella era una sonrisa cínica ("cynos", ¡claro!), que escondía un peligro en vez de un saludo. Y súbitamente comprendió el chaval que aquello no era una sonrisa sino un gesto hostil, estúpidamente hostil ("¿qué le habré hecho yo a este chucho?", recuerda el todavía-no-dibujador haber pensado en aquellos instantes).
Y en cuanto a la casa por dentro ...; dentro de aquella casa comprendió el chaval a Velázquez; ... ¡ el pintor !; ¡pum, de golpe!
¡¡-Exageras!!
- ¡No, qué va!; porque en la casa del dibujador (en la misma calle un poco más abajo) había unas láminas; cortadas de unos calendarios viejos y que mostraban pinturas de Velázquez, Goya, y hasta, hasta de Van Dijck ("La coronación de espinas", -Museo del Prado, Madrid). Y en entrando en esa casa, pues eso, que lo del claroscuro lo pillaba uno al instante. Lo del tenebrismo ... lo del siglo de oro,
- ¡¡ Qué oro!!
- Bueno, los bruñidos esos de las armaduras y de las ollas de cobre, y los huevos fritos en una marmita de barro bermejo, y ..., y las sombras de donde todo parecía nacer (o escapar; para poder ser Vida.)
Es en esa casa del viento Cierzo, que el niño -aún no dibujador- vio en el Andrés, en sus ojos, la muerte escrita. O el diablo, que para él sería más o menos lo mismo.
Que no es que fuera el Andrés el diablo, sino que uno sintió aquella noche como si lo llevara ya dentro.
A la sombra de los candiles asomaban los ojos del Andrés, inmóviles y negros como dos pozos, por sobre los naipes. Qué pensaría y adónde miraba -enfrente de sí, como a lo lejos- no podía saberlo el chaval; pero éste sintió aquella mirada como clavada en él. Y sintió miedo, la verdad; bueno, por lo menos un poquito.
El chaval sintió lo que sintió pero nunca hasta hoy (26 julio 2012)había dicho lo siguiente :
Que un día el Andrés se quitó la vida. Al modo tradicional ...; pues las vigas no sólo sirven para sujetar techumbres. Y el dibujador - ahora ya sí -, cuando se enteró de la noticia pensó que la semilla del diablo había madurado del todo. Que el diablo, paciente, recogía finalmente su cosecha.
Esta última historia no debe pasar de aquí de momento. Pero sí tiene su hueco reservado para más adelante ...
- - -
... y cuando no existamos aquí, llevaremos todo ese equipaje con nosotros, acompañándonos como un ajuar fabuloso.
Cuando el viento ya sólo barra llanuras sin memoria.
Llevo impresa la luz fría de una mañana de marzo en la alta tierra castellana. He aquí una manera adecuada para un artista de decir que nací en un pueblo soriano, hace ya, ¡ uy, bastantes años !
Sin embargo, es poco lo que permanecí allí y los avatares de la vida me han depositado en Madrid, de donde también soy y ya para siempre.
No tengo formación especial, o mejor dicho, académicamente seguida. Unas temporadas con un pintor madrileño, un paso por la Escuela de dibujo ...
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