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El perrito Elmer dice:
Hola gente de Artelista, como ustedes ya saben, mi nombre es Elmer, y como buen "último orejón perro del tarro", me toca a mí, finalizar con estos comentarios de vida que ya hicieron Mimí y Pelucha.
Habrán visto ustedes esas reuniones de perros, donde un canino periodista, los ubica sentados alrededor de una mesa y le hace a todos, uno a uno, la misma pregunta; como se podrán imaginar, el último en ladrar su respuesta, en este caso yo, ya no tiene que ladrar y solo atina a mencionar que está de acuerdo con los dichos de uno ú otro de los anteriores. Pues bien, lo mio, será entonces, repetir maullidos o ladridos que ustedes ya escucharon, y que se verán en la obligación moral de hacer como que me escuchan, o leen, (como es ésta la situación). Comencemos entonces:
No recuerdo mis primeros momentos de vida, no sé donde nací y tampoco sé quienes fueron mis padres. Mis primeros recuerdos se remontan a cuando con dos o tres meses de vida, deambulaba sin rumbo fijo por las frías calles de Coronda, una ciudad de la provincia de Santa Fé, en la República Argentina. De esos momentos, lo que me quedó grabado a fuego, fue el estrujar continuo de mi estómago, pidiéndome una comida que nunca llegaba; el dolor de mi cuerpo, que carente de energía por falta de alimento se negaba a seguir moviéndose; el sufrimiento de mi piel, reseca y agrietada por las duras noches de frío a la intemperie que sin importar las intensas heladas y los fuertes vientos, debía enfrentar la situación sin ningún abrigo, o las lastimaduras que alguna ocasional piedra lanzada con artera violencia, provocaba en mi esquelético cuerpo. Pero sin lugar a dudas, lo que más recuerdo, es el dolor de mi arrugado corazón, con motivo de no recibir jamás, ni siquiera una gota de cariño hacia mi fantasmal presencia. Así me encontraba, cuando una noche, tratando de utilizar la totalidad de la fuerza que me quedaba, llegué al portal de la casa que tenía más próxima, me acurruqué ahí, dudando si vería un nuevo amanecer y me encomendé con un suave y triste aullido (más que ladrido), al Dios de todos, para pedirle que me recibiera junto a Él y me librara de tanta penuria. No sé realmente si fue ese adolorido aullido, algún golpe que pude haber dado en la puerta de la casa, o si definitivamente Dios me escuchó, lo que si recuerdo, es que la puerta se abrió y emergió la figura de una mujer, que al verme, fue tanta su cara de sorpresa, angustia y dolor, que en ese momento me olvidé de mi sufrimiento y con tal de aliviarle el de ella, le lamí sus pies en señal de cariño. Inmediatamente se agachó y me alzó apretujándome entre sus brazos. ¡Fue un momento inolvidable!, a la vez de sentir que el caer de sus lágrimas me mojaba mi hocico, también sentí el gran calor que recibía de su apretado abrazo, y al apoyar mi cabeza contra su pecho, pude escuchar claramente su acelerado corazón, impulsado por ese momento de gran emoción y nobles sentimientos que sentía. De ahí en más, todo fue casi un sueño: abrigo, comida, medicamentos, mucho, mucho cariño y constante hablarme, fueron cosas que me llegaron hasta por demás. Así me transformé en un perrito sano y muy agradecido. Me propuse no dar trabajo y me comprometí conmigo mismo a defender y cuidar a esa maravillosa mujer que como ustedes se imaginarán, resultó ser Marta. Sin embargo, después de algunos años de total felicidad entre ambos, Marta me llamó un día y me sentó sobre la cama, junto a ella. Me dijo que siguiendo un sueño largamente esperado, tendría que viajar hacia un país vecino llamado Uruguay. Llegó el día y me llevó a vivir con un matrimonio amigo, la despedida fue desgarrante, ella lloraba a mares y yo ladraba finito y largo, con un dolor que me nacía en lo más profundo de mi corazón. Verdaderamente, mis nuevos amigos, me cuidaron muy bien, pero aún así, yo extrañaba profundamente a Marta. Ya había perdido las esperanzas de verla, aún cuando ella me hablaba continuamente por teléfono y me decía que no bien pudiera, me vendría a buscar, cuando una tarde al sentir que golpeaban a la puerta e ir a ver de quien se trataba, pude reconocer a mi querida Marta que me extendía sus brazos. Viajé al Uruguay durmiendo en una cama que especialmente me acondicionaron en el baúl para equipajes de un colectivo de línea internacional. Cuando desperté, me encontraba en una nueva casa, y frente a una nueva persona, que abrazado a Marta, me observaba con los mismos ojos de cariño, respeto y amor que siempre me miraron los ojos de Marta. Desde ese momento hasta la actualidad, ahora, son dos sueños hechos realidad, el de Marta y también el mío; aunque Jorge siempre me dice que también debo agregar el cumplimiento del sueño suyo. Hoy tengo once años por su calendario cronológico y setenta y siete por mi calendario perruno. Estoy un poquitín sordo y a veces me cuesta distinguir con claridad a las personas, pero sigo corriendo como un chiquilín en mis diarios juegos con Mimí y Pelucha, aunque ambas, cuando me llaman, no se olvidan de nombrarme jocosamente como "abuelo Elmer". Bueno, amigas y amigos de Artelista, los debo dejar, ya comienzan a llegar alumnos de Marta y Jorge, y yo me ubico bajo el escritorio para observar la puerta y ver que todo se desarrolle correctamente, chau, dulces y repetidos ladridos para todos... Elmer.
Curriculum vital del Prof. Jorge Verde y su obra
Nacimiento
El Prof., Jorge Washington Verde Ramos, nació el 30 de julio de 1951, en la ciudad de Mercedes, capital del Departamento de Soriano, en la República Oriental del Uruguay, en América del Sur.
Primeros estudios...
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