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“Os presento a Popi. Este muñeco de trapo nació en la primavera de 1971 como un trabajo escolar para la clase de Manualidades, y por él me puntuaron con la nota más alta.
Mi hermano Gabi, con el que compartí los juegos de la mayor parte de mi infancia, acobó convenciendo a mi madre para que le hiciera otro muñeco igual, y le llamó por nombre Emiliano. De ahí que nuestros muñecos amigos pasaron a ser “los Popilianos. Alejandri, un vecino, nos dio un par de trajes de sus Madelman (por entonces los muñecos más perfectos que se encontraban en las jugueterías) y un puñado de herramientas en una caja y un pico y una pala de su Madelman minero.
Cuando llegó el verano, mis padres nos llevaron como cada año al pueblo donde vivían mis abuelos, en un cortijo perdido en el campo austero. Nosotros siempre éramos felices allí a pesar de la ruda y difícil vida de mis abuelos, pero es que nos sentíamos libres y parte de aquella tierra hostil y castigada por el ardiente sol. Podía pasar semanas sin ver a otras personas, pero las higueras con sus frondosas ramas, los almendros y los olivos eran nuestros gigantes amigos en cuya sombra jugábamos desde la mañana hasta el atardecer. Lo único difícil de soportar, era la obligación impuesta cada día por mis abuelos en la ardua tarea cuidar de los animales domésticos y de acarrear el agua para todas las necesidades de la vida en el cortijo, cargando con cubos de agua desde el pozo distante.
Ahora entiendo que mis abuelos no tuvieron nunca una vida fácil, y eran muchas las mellas con que les marcó una penosa guerra y la pobreza y las mil vicisitudes para supervivir.
MI hermano Gabi y yo y nuestros muñecos Popi y Emiliano, desde el amanecer y pasando por las horas plomizas del mediodía hasta caer la noche, jugábamos creando con nuestra infinita imaginación aventuras que vivíamos como cuatro héroes frente a un mundo que nos deparaba siempre nuevas sorpresas y retos...
¿Sabe alguno de vosotros, los que estáis leyendo esta historia, si hay algo más bonito que el corazón ilusionado de un niño? ¿Sabe alguien, también, si hay algo más doloroso que el corazón herido de un niño? … Este era un día como otro cualquiera cuando mi hermano y yo nos levantamos apenas el sol emprendía su correr diurno. La abuela preparaba el desayuno, y el abuelo permanecía sentado en su silla, con la cabeza baja y en silencio, no obstante como permanecía siempre. Cuando fuimos a coger la caja de los Popilianos, no la hallamos en su lugar acostumbrado, y buscamos por todos los rincones del cortijo. Le preguntamos al abuelo, callado, tomándose su café y no prorrumpió palabra de su boca. Preguntamos a la abuela, afanada de aquí para allá en sus mil quehaceres: ¿dónde está nuestra caja, Abuelita?... ¡el abuelo la tiró a la montonera!... La montonera, aquel hoyo estercolizo y hediondo donde iban a parar todos dos excrementos de los animales domésticos y la basura…
¡Corrimos a la montonera! ¡La caja debió ser arrojada con gran violencia porque había despedido de su interior todo cuanto contenía: … el pico y la pala aquí, allá la cajita de herramientas, y no a mucha distancia más yacía tendido Popi, con la carita hundida en el estiércol, los brazos sucios y su blanco cuerpecito y su blanca ropa mancados… Pero, ¿y Emiliano, dónde estaba Emiliano?... Mientras yo recogía cuidadosamente a Popi , recuerdo el rostro desesperado de mi hermano , llorando y con sus ojitos desencajados buscando en inútil búsqueda, porque, porque Emiliano nunca apareció, ni siquiera porque lo buscamos de sol a sol durante días interminables…
A la pregunta insistente de ¿dónde está Emiliano?, la abuela como indiferente a nuestro dolor, siempre nos decía: ¡se lo habrá llevado algún gato!... Pero el abuelo no era ni una sola palabra, y su muda quietud y su pétrea indiferencia, levantó en mi hermano y en mí la sospecha de que él mismo había hecho desaparecer deliberadamente al pobre Emiliano. Y pensando esto, nos dimos cuenta de que nada ya nos devolvería a nuestro muñeco…
A pesar de todo seguimos buscando por muchos días, y la noche nos sorprendió en infinitas ocasiones abriéndonos paso por la negritud del cielo sobre la tierra a la espera de que el primer rayo de luna hiciera resplandecer el blanco cuerpecito, suave y ligero de Emiliano…
Los Popilianos habían vivido su última e insospechada aventura cuando, una madrugada mientras dormían, fueron tomados prisioneros por las manos enemigas de “los mayores” y, después de ser juzgados en el tribunal de “la vida y su cruda realidad”, fueron condenados a muerte… En tanto que mi hermano y yo, los dos niños más tristes del mundo entonces, también fuimos condenados a crecer de golpe en este mundo donde no parece tener cabida la inagotable imaginación de los niños , donde la vida es un juego que no queremos terminar de jugar con nuestras grandes fantasías y la alegría infinita de vivir soñando...
Aquellas vacaciones pasaron, muchas más pasaron..., los años pasaron.., el abuelo murió, también la abuela.., el cortijo quedó vacío y murió lentamente en un derrumbe de soledad de años… Los otoños que transcurrieron, fueron cubriendo de hojas también aquel tiempo de la infancia hasta sepultarlo… Mi hermano Gabi y yo crecimos y nos hicimos mayores como está mandado…
Un día, de primavera o verano, qué más da, volví al cortijo semiderruido en un impulso de nostalgia. Y entre los trastos viejos, entre telarañas y polvo de años, encontré una cajita que abrí por mera curiosidad… ¡Se me clavó en el pecho una daga envenenada de recuerdos y de dolor, porque dentro de la caja allí estaba Popi, con su cuerpo sequito, junto al pico y la pala y la cajita de herramientas..!
De vuelta a Madrid, lo primero que hice es buscar a mi hermano y enseñarle al viejo Popi. Los dos lloramos con emoción extraña… ¿Te acuerdas? ¡Qué tiempos aquellos con los Popilianos..!
… ¡Sí, qué tiempos aquellos, hermana, tú con Popi y yo con… ¿cómo se llamaba mi muñeco?!
… ¡Nos parecía mentira, éramos incapaces de recordar el nombre de aquel muñeco! ¡Sentimos que algún mecanismo de la mente, para quizás protegernos del dolor y no morir de pena, había borrado de nuestros recuerdos aquel nombre! ¡Éramos incapaces de traerlo a nuestra memoria por más que lo intentábamos, ni si quiera el hecho de que los llegamos a llamar Popilianos (como la unión de ambos nombres), nos dio la pista para recordar!
¡Qué curioso, tuvieron que transcurrir unos cuanto años para que Gabi, no sé cómo ni por qué, volviera de repente a pronunciar y evocar el nombre de su muñeco, Emiliano.., sí, Emiliano…
Ahora mientras escribo estoy llorando con ríos de lágrimas, y quiero dedicarle esta historia aunque triste, a mi querido hermano Gabi, que la vida tiene por desgracia lejos de mí,no sólo en cuerpo sino a veces siento que también en alma… Me gustaría que viniera a verme, que se parara a pensar cuán veloz pasa la vida. Si viniera, yo me abrazaría a sus rodillas con mis lágrimas de amor, y él me dijera: … ¡pero Popi, mírame, soy Emiliano y estoy aquí, no me he muerto, sino que he estado prisionero tantos años en el mundo de los “mayores”, y he sorteado abismos y he soportado muchas torturas, como en aquellas aventuras que vivimos, para llegar hoy a ti, sí a tu lado siempre, Popi…!
Mi profundo amor por la cultura helénica, me llevó a residir durante diez años en Grecia, pais que marcó definitivamente mi trayectoria.
Por un lado, defino mis pinturas como fruto de mi gusto por las cosas sencillas, por otro, me arrastra la necesidad de desentrañar lo que parecemos y lo que realmente somos y el mundo interno que nos mueve.
Tengo la obligada necesidad de abrirme camino una vez más en la difícil...
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