Toda creación, todo proyecto, se materializa tras el transcurso de un tiempo según la velocidad requerida para un resultado óptimo.
Así como lleva un tiempo para que crezca la uva, así como lleva un tiempo recogerla y extraer su jugo, Así como tiempo pasa el vino madurando en su barrica.
¿Qué percepción tenemos sobre ese tiempo?
Obvio que los buenos vinicultores saben apreciar la espera, pero seguramente, y a diario, todos perdemos la percepción real del tiempo y la necesidad de que este pase a su justa velocidad.
Cuando deseamos un resultado, el fin de algo, o el comienzo de tal eventualidad conectamos con la necesidad, con el deseo, con la flaqueza relativa al tener / perder.
Por lo tanto no apreciamos que lo que una vez pusimos en marcha sigue en movimiento, solo que quizás este no sea tan rápido como nuestra falsa necesidad precisa.
La sensación de que nuestros proyectos se paran, o que el mismo tiempo no pasa, suele llevarnos a dejar inacabados, abandonados o disueltos nuestros propósitos y metas.
Apreciemos pues la velocidad que mueve nuestras metas como un buen vino aceptando el tiempo que lleva tenerlo en la mesa. Pues cada acción, por pequeña o irrelevante que parezca nos lleva inexorablemente a conseguir resultados. Piensa en tu resolución a largo plazo y vuelve al inicio para generar y subir pequeños peldaños en tu presente.
Otra premisa enfatiza en la necesidad de ir paso a paso y sin prisas.
El éxito, una buena pareja, hijos, dinero... aparecen cuando es el momento preciso no cuando se requieren.
Debemos estar fuertemente preparados para recibir y conectar con lo que buscamos. Es probable que la velocidad en que obtenemos todo eso aumente. Pero el deseo de tener no influye en el transcurso del tiempo.
Así que, valga la redundancia, todo tiene su tiempo. Mucho o poco.
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