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Willy el Solitario decidió entonces, después de una larga reflexión en su pocilga, ir a por Gary Land, chivato de la policía y esbirro de la banda del Jorobado. Su paradero está en Brooklyn, en la trastienda de “Noches de idilio”, no lejos del puente. Y así lo hizo, lo atrapa a la salida del prostíbulo y, pese al forcejeo y negativa, lo arrastra hacia el automóvil, le obliga, pistola en mano, dirigirse a su no menos pocilga, adecuada para el típico soplón de tres al cuarto. Una vez en el domicilio, le da un fuerte golpe en la mandíbula, dejándolo noqueado, cosa que aprovecha Willy para amordazar de pies y manos el pesado cuerpo e instalarlo en una silla como un saco de patatas. Enciende un cigarro, inhala su primera calada y tres segundos después, exhala la primera bocanada con la tranquilidad de un elefante, en espera a que despierte el chivo.
- A ver, pendejo, atiende bien a mis voces, porque no quiero repetirlas más de dos veces, a la tercera te doy un tiro en la rodilla izquierda, luego, por insistencia y coquetería del paciente, en la otra, mi pipa tiene silenciador.
- Quién, quién carajo eres tú hijo de perra –responde Land irritado-
- No te concierne, responde a mi pregunta, a la tercera ya sabes lo que haré, y no me tomes como un imbécil, renacuajo de mierda.
- ¿Sabes quién soy?
- Sí, un esbirro de Harry el Jorobado, confidente de los polis, pero guardaré el secreto, ya conoces a Harry si descubre que un tal Land es soplón desde hace varios años ¡Ja! No lo quiero ni pensar cómo se pondría. Al día siguiente hallarían tu cuerpo flotando por East River, lleno de agujeros y tus partes metidas en esa bocaza que tienes.
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