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En la eterna pugna entre la luz y la oscuridad, el auriga conduce su carro de bronce tirado por cuatro caballos : coraje, inteligencia, entusiasmo y esperanza. A veces piensa que necesitaría alguno más para lograr su objetivo. Pero tampoco duda al mismo tiempo que sería más difícil conciliarlos a todos para que funcionaran como uno sólo y dar por fin el salto. Y si la luz de la decisión un tiempo le acompaña, también la sombra de la indecisión, en su turno, le frena. Y así, nuestro Ben-Hur, congelado, ofrece al ojo su magnífica estampa inmóvil. Lo hizo el escultor para posar con ese fin, sí, pero nuestro auriga, desde su circunstancia, refleja sueños, aspiraciones, de muchos que no quieren seguir mirando las estrellas desde la charca, sino alzarse de una vez hasta tocarlas.
Llevo impresa la luz fría de una mañana de marzo en la alta tierra castellana. He aquí una manera adecuada para un artista de decir que nací en un pueblo soriano, hace ya, ¡ uy, bastantes años !
Sin embargo, es poco lo que permanecí allí y los avatares de la vida me han depositado en Madrid, de donde también soy y ya para siempre.
No tengo formación especial, o mejor dicho, académicamente seguida. Unas temporadas con un pintor madrileño, un paso por la Escuela de dibujo ...
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