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Los numerosos centros de población que se localizan hacia el sur del valle de Querétaro alcanzaron su mayor desarrollo entre los siglos V y X de nuestra era. Estos pueblos adoptaron diversas formas de organización territorio, de acuerdo con su tamaño, su composición étnica, su actividad económica y su jerarquía política o religiosa.
En El Tepozán, en la ribera del río Huimilpan, por ejemplo, se aprecian seis grupos de edificios que se distribuyen en un área aproximada de tres kilómetros, en donde también hay restos de antiguos canales, terrazas y plataformas que forman uno de los conjuntos, cívico ceremoniales de mayor interés en la región.
Algo parecido sucede hacía el oeste del valle, en el sitio de La Magdalena-Tlacote, en el que se localizan diferentes unidades arqueológicas, tanto de carácter habitacional como ceremonial.
En estos asentamientos se aprecia una arquitectura con rasgos propios, que distingue a los pueblos del valle de Querétaro y del Bajío guanajuatense: se trata de un cuadrángulo formado por una plataforma que delimita un patio interior, el cual no tiene acceso directo desde el exterior. Es común encontrar en estas estructuras un basamento, situado generalmente en el lado oriental, con una fachada hacia el patio interior en su cara oeste. Estos edificios presentan algunas variantes, como en La Joya y Tlacote, donde el patio cuadrangular tiene adosado un elemento arquitectónico de planta circular hacia sus lados norte y sur respectivamente.
Estos pueblos se distinguen también por su cerámica, decorada con motivos geométricos en rojo. En el caso de los grupos situados al oeste del valle, son comunes también las ollas conocidas con el nombre de “blanco levantado”, debido a que eran decoradas con un baño o “lechada” de caolín.
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