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Parte I, de una serie de 3 obras, realizada en óleo sobre lienzo, con marco fino negro de madera.
A lo largo de mis estudios relacionados con las Artes Visuales me había percatado de que el papel fundamental y exclusivo de la mujer en la mayor parte de la Historia del Arte, no había sido precisamente como agente creador o activo, sino como objeto al que observar. La presencia de la mujer en el mundo del Arte había sido ampliamente relegada a su representación en las obras.
La representación de la misma de alguna manera siempre apelaba a la participación de la mirada masculina de manera directa, bien por medio de una postura que denota pasividad, tendida o recostada, en actitud de ofrenda consciente al mismo; o incitándolo al "voyeurismo", al papel de observador al acecho, cuando en la escena que se capta de ésta en un momento comprometido, parece no ser consciente de la presencia del espectador.
Por el contrario, en esta serie de tres cuadros, se presenta una imagen muy vital de la mujer. Parece dirigirse al espectador pero en realidad lo excluye, ya que se encuentra frente un espejo, admirándose a sí misma. Se refleja un ciclo, continuamente en movimiento por los procesos de construcción y de-construcción, de transformación y regeneración, que comienza en el acto de maquillarse y culmina en el de desmaquillarse, para retomar el proceso.
La creación artística siempre ha constituido para mí una herramienta de búsqueda, un medio exploración personal, una manera de cuestionar los modelos vigentes y de crear otros nuevos basados en mis propias experiencias. El continuo acercamiento a las Bellas Artes, me llevó a su vez a valorar la Educación Artística como una valiosa necesidad en la experiencia educativa de todo sujeto desde las edades más tempranas. Al día de hoy, me mantengo comprometida con ambas vertientes, con la creencia "utópica", para muchos, de que con la educación de nuestra sensibilidad estética y de nuestra percepción, haremos juntos de este mundo un hogar.
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