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1300 piezas madera y 5000 m de hilo de acero.
La obra desarrolla una metáfora en la que el vacío entendido como el hoyo en la pared o en el piso, inmóvil, como una masa desplazada, es dotado de materia, de una forma reconocible, de un color, un peso y en donde la tensión ejercida entre las piezas por el cordón metálico, el ritmo creado a partir de las características del material de que están hechas, generan movimiento y formas “virtuales” que son creadas a partir de la relación que hay con el espacio arquitectónico. El espacio se convierte entonces en un desafío laberíntico para la capacidad de orientación y de percepción del espectador. El espacio blanco de las paredes de la galería que podían comprenderse de un solo golpe de vista, ahora permiten al que lo recorre tener la experiencia de estar rodeado y ser parte él mismo de la obra. La instalación invita al espectador a convertirse en usuario y protagonista que en palabras de Merlau Ponty, “no permite que el espacio le afecte pasivamente, sino que lo absorbe y descubre su significado intrínseco. El espectador debe experimentar el espacio, caminando por él, sintiéndolo”.
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