No el de otro sino el de uno. Si nos hemos sentido lo suficientemente valientes para lanzarnos en los brazos de la pintura, entonces sabremos que al principio el pincel es torpe entre nuestros dedos. Pero llega un momento en el que después de largas horas de trabajo, el arte parece apiadarse de nosotros y se deja rozar. Así cuando uno menos lo espera se desliza por nuestro brazo un suave movimiento que desemboca en el pincel y lo arrastra sobre el...