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LocalizaciónEspaña

Timoteo at bar V -El viaje a Egipto- cap -3-

Información de la obra original

  • País: España
  • Categoría: Fotografía
  • Temática: Arquitectura e interiorismo
  • Técnica y soportes: Color (Digital)
  • Medidas: 3.94 x 5.91 in
  • En Artelista desde:
  • Etiquetas: monumentos

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Descripción de la obra

... viene de cap 2

Kishé, Kishé-nur, empezó a adueñarse de mí, sin saberlo ella, claro. Su presencia, una flor, ya digo, empezó a resultarme turbadora; más exactamente, embriagadora. Y no obstante, me estaba prohibido mirarla.
El Administrador no me quitaba el ojo de encima. Yo creo que se complacía con la prohibición. Cuando mi padre me dejó la primera mañana para servir al templo no ignoraba la regla básica, la condición : que si no aprendía o cometía alguna falta sería castigado. Yo de esto no sabía nada hasta que el propio administrador me lo hizo saber antes de empezar. Me dijo que mi padre, en las negociaciones previas se había mostrado totalmente de acuerdo con lo estipulado. Bueno, se supone que eso es lo que debe decir un padre que envía a su hijo a aprender. Sí, y a aprender algo tan valioso.
Así que yo sólo podía \"sentir\" la presencia turbadora de Kishé. Y, no obstante, a pesar de la amenaza que pendía sobre mi cabeza empecé a lograr atisbarla; por el rabillo del ojo. ¡Era unos instantes solamente! Y luego corriendo, corriendo, para recuperar el paso del dictado. ¡En alguna ocasión estuve a punto de perderme !

Hasta que cometí la primera falta sobre el papiro.

Nemer, que, ya lo he dicho, tenía ojo de halcón, sin decir una palabra, se bajó del estrado y se acercó hasta ponerse a mi lado. Al observar aquella pifia, súbitamente, mostró un enfado terrible. No gritó, no dijo nada, pero compuso un gesto yo diría que magistral. Porque yo quedé aterrorizado. Ni el hechicero de mi aldea podría haberme asustado tanto, con todos sus aspavientos.
Los ojos del Administrador en aquellos momentos eran obsidiana pura; negra obsidiana que se hundía en la carne de los míos. Sin que me tocara siquiera yo podía sentir dolor en mi cuerpo, en mis ojos, que me parecía que iban a reventar. Aquello era magia, pura brujería!; era su poder.
Pero aún faltaba lo peor. Cuando yo, la mirada fija en el suelo, ya empezaba a sentir algo de alivio, el Administrador dio una palmada seca. Una única palmada. Y al instante alguien entró. Me di cuenta, conforme avanzaba, que era un nubio; negrísimo, enorme. Me fijé - con gran esfuerzo- que llevaba un cojín en las manos, un cojín rojo y bordado en hilo de oro, sobre el que yacía un objeto. Yo no alcanzaba a ver de qué se trataba. Por más que hubiera girado la cabeza y me hubierse atrevido a estirar el cuello - jugándome un nuevo castigo -, creo que no habría alcanzado a ver nada.
Bien, el caso es que cuando Nemer alargó su brazo hacia el cojín que el esclavo le tendía, ví que lo que tomaba era un cuchillo. Un cuchillo de sílex, antiquísimo, un afilado cuchillo de esos que se utilizan en sacrificios rituales.
Luego, ante mi mirada atónita, incrédula, agarró mi mano izquierda, la apoyó sobre un taburete, separó el dedo índice de los demás y cortó. Fue la primera falange, casi entera, algo más arriba de la uña.
- Una falta es una falta, y lo prohibido es lo prohibido, ¿comprendes? - sonó a mi lado su voz de piedra. Y a continuación se irguió y retornó a su silla para seguir dictando, como si nada hubiera ocurido.
Yo estaba espantado. Hubiera gritado, pero tanto la sorpresa, como la vergüenza ..., como el miedo a una nueva amputación, me mantuvieron en silencio. Aullaba el dolor para mis adentros.
Y con todo, creí percibir (pues no miré), fui capaz de notarlo, el aliento fresco de Kishé, y también humedad en su rostro. Aquello fue casi milagroso, pues me proporcionó cierto consuelo. Hasta el punto de que casi no me dolía.

Con el tiempo esto volvió a ocurrir. Yo hacía grandes esfuerzos por contenerme; pero volvió a ocurrir. La presencia de Kishé se hacía, día a día, más intensa, y en realidad, más peligrosa para mí. Yo aspiraba su fragancia, que era la mezcla de todos sus humores, y la tentación de arriesgar un nuevo atisbo empezaba a crecer de nuevo. Lo mismo que un arco que va siendo tensado, más y más, antes de ser disparado.

Naturalmente volví a ser descubierto. Y así, una, dos, tres, muchas veces más ... acababan sonando las fatales palabras del administrador :

- Miras lo que no te está destinado. Te distraes y cometes faltas. Un escriba puede valer lo que un soldado. Pero tu corazón alberga ambición de general. Y ni siquiera llegarás a ser un mero escriba.
Y reía de forma forma atronadora. Y repetía, entre sus carcajadas : ... ¡¡ ni siquiera un mero escriba !!, ¡¡ja,ja,ja, !! ¡¡ ni siquiera un mero escribaaaa !!

Así que Kishé fue para mí la causa de mi dolor y al mismo tiempo la razón de soportar el castigo y seguir acudiendo al gabinete de Nemer. De no ser por ella, no sé, quizás una de esas tardes, al volver a la aldea, me hubiera arrojado al río. Sé nadar, sí, pero nadie puede sobrevivir al ataque de los cocodrilos.

Cuando ya no pude ocultar a mi padre lo que estaba pasando, él, para mi asombro, dio la razón al Administrador.
- Si cometes faltas has de pagar por ello, es la ley de la vida, me decía.
Yo no podía creer semejante postura, semejante terca negativa a comprender mis razones. No era ya cuestión de la crueldad del castigo, sino que ¡ me estaba quedando sin dedos ! ¿¡Cómo iba yo a ser entonces un escriba, un escriba del gobernador!? ¡¿ un escriba del farón !? ¡ Ja !,¡ ni siquiera podría llevar las cuentas de una taberna a ese paso ! Aquella historia se había tornado una pesadilla. Quería pellizcarme y pensar que aquello no estaba pasando en realidad; uno no duerme durante meses y meses seguidos.

Finalmente llegó el día en que sólo me quedaba un dedo.
Sí, me quedaba únicamente el dedo meñique de la mano derecha. Al administrador ya no le importaba si me había tullido para siempre o no. Comprendí claramente que en realidad había acabado complaciéndose en buscar excusas para castigarme. Vi que incluso se las inventaba, con tal de seguir con aquel malévolo ritual.

Entonces, una mañana, cuando ya sujetaba el estilo con mi dedo único, enroscado en él como la cola de un mono , Kishé vino más esplendente que nunca.
Era un día de comienzos de mayo. Aquella mañana ocurrió algo definitivo.
... ... ...
Nota : Templo de Debod al anochecer. Madrid

Información del artista

Llevo impresa la luz fría de una mañana de marzo en la alta tierra castellana. He aquí una manera adecuada para un artista de decir que nací en un pueblo soriano, hace ya, ¡ uy, bastantes años !


Sin embargo, es poco lo que permanecí allí y los avatares de la vida me han depositado en Madrid, de donde también soy y ya para siempre.


No tengo formación especial, o mejor dicho, académicamente seguida. Unas temporadas con un pintor madrileño, un paso por la Escuela de dibujo ...

Ver más información de juan luis pastor fernández

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