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El concepto de ruina está íntimamente ligado a las expresiones de destrucción, devastación, desolación, perdición y decadencia. La ruina celebra lo efímero del poder del hombre y el eterno regreso a lo orgánico y natural de la vida. Símbolos de esta fugacidad, las ruinas nos llegan como huellas de la sumisión del hombre a la naturaleza.
Así como tras lo bello se puede intuir lo siniestro, tras lo siniestro se puede descubrir el placer de las ruinas. La transformación simbólica del desastre y la tragedia en un objeto asimilable culturalmente, hacen que la tragedia y el desastre adquieran categoría estética. Las ruinas interactúan con la naturaleza, son absorbidas por ella, cambian en el tiempo, provocando una situación dinámica que es parte de la estética de las ruinas. Pero para ser objetos estéticos, más allá de la mera descripción, las ruinas necesitan quien las perciba, convirtiéndose, de esta forma, en una pieza de arte.
Estética de la ruina representa el declive de la arquitectura producido por el abandono y la destrucción, el cual conduce a un sentimiento de melancolía, respeto y emoción ante el lugar derruido. De esta forma, el placer de lo armónico, el goce ante lo proporcional y concluso, la fruición por lo acorde y concorde se desplazan hacia el área semántica del feísmo, en favor de la poética de la ruina, desplazando los aspectos repulsivos y sustituyéndolos por atributos eufóricos y atractivos.
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