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"... A medida que descendían, el río se había ido haciendo más basto y solemne, como una ciénaga sin orillas, y el calor fue tan denso que se podía tocar con las manos. El general prescindió sin amargura de los amaneceres instantáneos y los crepúsculos desgarrados, que en los primeros días lo demoraban en la proa del champán, y sucumbió al desaliento..."
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