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…Era tanto mi amor por la Historia Antigua Griega que, desde pequeña, siempre decía que yo algún día me compraría un billete de avión de ida a Grecia, pero no de vuelta. A los veintitrés años de edad, me lancé a esa aventura tan soñada por mí, a pesar de que no tenía nada, sino sólo el entusiasmo de una pletórica juventud y un espíritu aventurero dispuesto enfrentarse a un mundo desconocido por completo. Mi primera gran barrera fue el idioma, extraordinariamente difícil. Pero en tres meses, sin más recursos que mis oídos y mi persistencia, conseguí comprender y darme a entender y aun escribir con aquella escritura tan distinta y complicada.
Primeramente viví en Atenas, la ciudad dorada, enseñando español a unos niños, y durante un año tuve la oportunidad de extraer de esa ciudad, a través de sus monumentos inigualables, toda la riqueza que mi espíritu mediterráneo demandaba. Luego, extraño destino me llevó hasta un pueblo costero del Peloponeso, donde la vida pareció hacerme retroceder en el tiempo e integrarme en la mentalidad más profunda de un pueblo estancado en la historia, donde sus habitantes, gentes rudas del campo, aún leían augures en el vuelo sombrío de los cuervos, encerrados en ancestrales tradiciones y con una mentalidad sujeta sobre todo a las supersticiones oscuras de una oscura religión que doblegaba las libertades de pensamiento. Era sorprendente para mí, viniendo de un país algo más avanzado en el siglo xx, aunque tampoco tanto más.
En este lugar, para seguir cumpliendo mis sueños de conocer la historia más atrayente para mí de todas las civilizaciones habidas, tuve que hacer labores duras. Trabajé en el campo cultivando claveles, jacintos y tulipanes, recogiendo naranjas, limones, aceitunas y tomates, plantando árboles con un esfuerzo muy superior al de los jornaleros hombres, que recibían doble salario al de las mujeres. Acabé trabajando en una carpintería, con igual suerte, pues a igual trabajo realizado, mitad de sueldo recibido por ser mujer. Pero no me preocupaba, las cosas eran así y las aceptaba mientras ello me proporcionara seguir con mi gran aventura. Pude comprarme primeramente una bicicleta, y ello me facilitó aceptar un segundo trabajo en un restaurante por las noches. Así que por algún tiempo, levantándome antes que el sol y acostándome con la luna muy avanzada en la noche, me hacía diariamente cien kilómetros en mi bicicleta para cumplir con mis dos trabajos todos los días de la semana. Al tiempo pude comprarme una moto, y renunciar a trabajar los domingos y dedicarme viajar a aquellos lugares que tenía cerca, llenos de la historia que mi alma deseaba conocer, Corinto, Micenas, Epidauro, Tirinto, Argos, Nauplion, Delfos, Trizinias, Maratón, Egina, Hidra, Ermioni…
Este cuadro, mi primero, lo pinté sobre una tabla vieja que cogí de la carpintería, con un puñado de viejos tubos de óleo que alguien me regaló por no tirarlos, y dos viejos pinceles…
Aunque tantas dificultades y adversidades a veces me hacían sentirme como en una cárcel, la persona que yo era en aquel entonces, estaba serenamente decidida a seguir en pos de sus sueños…
Mi profundo amor por la cultura helénica, me llevó a residir durante diez años en Grecia, pais que marcó definitivamente mi trayectoria.
Por un lado, defino mis pinturas como fruto de mi gusto por las cosas sencillas, por otro, me arrastra la necesidad de desentrañar lo que parecemos y lo que realmente somos y el mundo interno que nos mueve.
Tengo la obligada necesidad de abrirme camino una vez más en la difícil...
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