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Nadie sabe su verdadera identidad, lo conocen como profesor, más bien, míster, míster Hausmann lo nombra el populacho, porque cada vez que comete un crimen deja el seudónimo escrito con pintura de labios en los espejos de los lavamanos. Sus víctimas son prostitutas, camellos y chulos de los bajos fondos de New York. Un asesino en serie que el inspector Rayan, junto con sus colegas del distrito, lleva más de una década buscando vestigios, huellas, algo que pueda hilvanar un seguimiento, nada, ni un pelo, no deja rastro alguno, un fantasma. Hasta Willy el solitario desconoce su paradero, que anda tras él por maltratar a las protitutas. Se especula que su firma se debe a un trauma infantil, alguien con ese apellido le hizo daño, pero en la larga lista de crímenes, unos cien, según la policía, más de 200, según la prensa, no aparece nadie con esa identidad.
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