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Tres pintores de Paris esperan a las musas, cada uno a su manera; algunos ni siquiera saben si ellas vendan. Los rayos del sol de la tarde pintan sus rostros con el color del oro viejo. Hoy los miro, y me vienen a la mente solemnes y míticos comensales, en los postres de un banquete, celebrado en algún salón suntuoso, colmado de celebridades y mitos. Otras veces; solo veo a sencillos niños qué, únicamente pasan la tarde distraídos y curiosos. Pero en realidad para mí quienes habitan dentro de esta foto son todo un misterio, y en parte me gusta que así sea. Únicamente deseo que mis tres amigos fugaces estén bien, allá en su rincón dorado de carboncillos y acuarelas. Si te los encuentras, solo por unas monedas, pueden convertirse en Hechiceros, capaces de devolverte en un instante a la Ciudad de La Luz.
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