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Esta pintura impresionista retrata el rostro de una vendedora de sardinas, típica de Porto. El amarillo es el color dominante en la obra, que irradia calidez y vitalidad. En la cabeza de la mujer, se equilibra de manera inusual y sorprendente, un pescado, simbolizando su conexión intrínseca con su oficio de vender sardinas. Su rostro, aunque expressiva, emana dignidad y la determinación que proviene de su trabajo cotidiano en el mercado. Esta obra capta la esencia y la identidad de Porto, así como la relación profunda entre la vendedora y su producto, las sardinas.
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