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Para atravesar el Aqueronte se debe pagar con tres monedas al demonio Caronte, para tener esas monedas y así poder subirse con el barquero se debió ser en la vida persona caritativa, tener buenas obras a pesar de las malas acciones que lo llevaron al infierno, pues en el infierno, el dinero de acá no vale nada y aquellos que fueron Megaricos en la tierra y nunca hicieron ninguna caridad real y verdadera por el prójimo (sino que crearon fundaciones solo para evadir impuestos, robando así hasta las limosnas de los pobres) en el infierno no poseen ni las tres monedas para el pasaje de Caronte, son allí tan pobres que piden limosna a los nuevos muertos para que les den y así completar su pasaje; de tal forma, los magnates de aquí, son limosneros allá. Mientras que aquel que, aún cuando no logró evitar el infierno, realizó en vida obras de caridad sin ningún interés oculto, se convierte en rico allá y recibe siempre mejor trato de los demonios.
Algunos que no tienen ni para el pasaje de la barca de Caronte, en su desespero (pues si no atraviesan el río no tendrán la oportunidad de ser juzgados tan siquiera y recibir una condena) se lanzan al río, el cuál está lleno de criaturas, estos son los espíritus de los envidiosos hundidos, que en su envidia, al estar hundidos no quieren que nadie surja y hunden a quien se adentre al agua del río.
Aun así, existen algunos que logran cruzar, entre golpes y tropiezos con estas criaturas, estos pasan al otro lado del río, pero por haber estado ciegos por el poder y los placeres en vida, aquí en el infierno no pueden ver tan siquiera la entrada; muchos entre la ceguera causada por el resplandor del fuego y la lava logran percibir la imagen del pene de Osiris (símbolo de poder) y se van tras ella a querer tomarla para sí, quedando petrificados en su locura y no pudiendo entrar jamás al infierno para ser limpiados de sus pecados. Los demonios suelen trasladar el Gran Pene de Osiris para evitar esto, en la imagen se puede ver al fondo y más cerca de la orilla del río donde estaba antes, por el cúmulo de personas petrificadas alrededor. La cueva por donde entrarán quienes debidamente pagaron su pasaje es la vagina del abismo, en su entrada están los canes, el cancerbero en las manos del otro hombre perro, Anubis.
Anubis tranquilizará al Cancerbero cuando se trate de alguien que en vida supo controlar sus impulsos sexuales o lo instigará a devorarlo si en vida fue concupiscente y entregado a los delitos sexuales. El Cancerbero es el perro de la lujuria descontrolada, un monstruo de tres cabezas, Anubis es una mejor versión del sexo y por eso Anubis interfiere ante el Cancerbero cuando se trata de alguien que logró al menos ser un poco más controlado con sus deseos carnales.
De no ser devorado por el hambre insaciable del perro de la lujuria (Cancerbero), el difunto continuará su camino, enfrentándose a sí mismo en cada una de las esferas infernales (Pailas del infierno). Enfrentará sus miedos, complejos, defectos, vicios, locuras, ambiciones, obsesiones; los verá reflejados en monstruos que lo atacan, tendrá que usar toda su inteligencia para salir de cada prueba que se le presente en cada esfera infernal, tendrá que perdonar y perdonarse a sí mismo, tendrá que comprender el porqué de la existencia del mal, tendrá que superar todo lo que en vida no quiso superar. Al final de los nueve círculos... la paz total, armonía celestial al llegar al fin del infierno, después de subir al cielo a través del cuerpo del mismo Lucifer, tendrá que hacerlo procurando no ser devorado por este para finalmente alcanzar la gloria del cielo y liberar así a su alma de las garras de la muerte.
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