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Lo que florece al andar es una celebración del camino, no como destino, sino como proceso vivo. Esta obra retrata ese momento en el que no hace falta saber a dónde vamos, porque lo importante es lo que va naciendo en cada paso. Las curvas suaves del sendero, la luz que se filtra entre los árboles y la serenidad del paisaje invitan a soltar el control y confiar en la belleza de lo que se despliega a medida que avanzamos.
Cada piedra, cada muro cubierto de verde y cada rincón de color parecen contar historias que solo pueden ser vistas por quien camina sin prisa. La farola roja, suspendida sobre el borde, se convierte en símbolo de guía sutil: no ilumina todo, pero alumbra lo suficiente para seguir, recordándonos que el movimiento, incluso lento o incierto, también es crecimiento.
Tener esta obra en tu espacio es traer la energía de los procesos silenciosos, de los brotes que nacen en lo cotidiano. Al contemplarla, se activa la certeza de que la vida no siempre florece antes de andar… a veces, florece mientras lo haces.
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