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Cuando era niño creía que las estaciones (primavera, verano, otoño e invierno) eran hechos planetarios que afectaban a todos los seres humanos por igual y en las mismas fechas. El verano comenzaba a finales de junio y dejabas el colegio por vacaciones; y el otoño empezaba a finales de septiembre cuando ya llevabas tres semanas de clase.
Para mi mente infantil, los cuentos que me leía mi madre como La hormiga y la cigarra o los cuentos de los hermanos Grimm, en los que las estaciones estaban muy presentes (sobre todo el invierno), eran una guía exacta de cómo funcionaba el clima en el mundo.
En algunos sitios tropicales siempre hacía calor o estaba lloviendo, pero eran lugares extraños con playas paradisiacas en donde vivían los piratas.
Y en el norte de Europa hacía un poco más de frío que en el sur, pero Europa era el mundo.
Recuerdo que fue un verdadero shock descubrir un buen día (en la clase de sociales) que en el hemisferio sur tenían cambiadas las estaciones.
Cuando aquí era invierno allí era verano.
Y todo por la oblicuidad de la eclíptica.
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