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Es una pintura que captura la intensidad de un beso, un momento suspendido donde las almas se encuentran a través del color y la textura.
Combinaciones de las técnicas expresivas, en particular el puntillismo, que confiere una particular sutileza y dinamismo a las sombras y los rasgos faciales. Los vibrantes toques de color (azul, rojo, amarillo, verde) parecen explotar en el lienzo, contrastando con el negro profundo y las líneas dibujadas con tinta. Esta yuxtaposición entre los tonos brillantes y la intensidad del negro crea una dualidad entre pasión y suavidad, entre estructura y espontaneidad.
Los rostros se funden en un intercambio silencioso, una ósmosis donde cada pincelada cuenta una historia. Las líneas garabateadas alrededor y dentro del marco acentúan el aspecto crudo y emocional de la obra, como si el espectador estuviera entrando en un mundo interior, un momento congelado en la eternidad.
El uso del puntillismo aporta una vibración singular a las sombras y las formas, dando una impresión de movimiento sutil, de aliento vivo. Este detalle técnico refuerza la idea de que cada encuentro, cada amor, está compuesto por una infinidad de pequeños fragmentos que, una vez unidos, forman una imagen más grande e intensa.
Es un cuadro que no representa solo un beso: expresa energía, fusión y la huella imborrable que deja el encuentro entre dos almas.
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