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En esta obra se entrelazan símbolos de poder, fragilidad y transformación. La silla elevada sobre un tablero de ajedrez evoca la lucha entre el control y el caos, mientras que el toro y la mano ofrecen un contraste entre la fuerza bruta y la delicadeza. Cada elemento, desde el árbol seco hasta los edificios, forma un paisaje emocional que transita entre la esperanza y la desolación.
Con trazos definidos y colores intensos, esta pintura combina surrealismo y cubismo para contar una historia visual que desafía la lógica. Es una invitación a interpretar la coexistencia de lo tangible y lo onírico, dejando que la imaginación sea quien complete el cuadro.
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